Lo cortan en pedazos pequeños
para envasarlo mejor,
lo convierten en bocados de luz
a bajo precio,
lo separan de su sueño
y le muestran como crece
la ciudad de los pudientes.
Cada gota de su sangre
decide murallas
de sed insaciable.
Le dan una vida así nomas
y le piden que no cambie.
Entra por la puerta de atrás
a la violencia de los estados nacionales
y alcanza el abrazo
imperceptible
de un altar.
En su cara de cordero sin ojos
resplandece el rimel de lo eterno.
Olfatea las ruinas de una fiesta
y se acuesta sobre un cuerpo
tumbadito de belleza
justo cuando la máquina
de esconder el amor
retira las copas,
lustra los bronces
y difunde una lengua original
en las heridas
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